
Tal vez el caso de Valentina Ruíz y sus instalaciones sea una combinación de todas las anteriores definiciones encontradas en la RAE. Al acercarse no solo a este proyecto, si no a piezas anteriores sobre su relación con la materialidad plástica, los objetos encontrados, el ensamblaje, la imagen movimiento que se expande de diversas maneras en sus ‘cuerpos’, la complejidad protésica de sus cuerpos encarnados, es cada vez más obvia y de repente más neobarroca, incluso permitiendo hallar reinterpretaciones de los procesos médicos y sus sustituciones o apoyos, en lo perdido o dañado, en dispositivos que anteceden sus piezas y conducen a unos otros ‘nuevos órganos’, como adiciones incluso desde la manera de enunciar sus piezas.
Estos cuerpos dispositivos se desplazan desde materialidades frágiles, industriales, orgánicas o de vestigios de presencias físicas e incluso en algunos casos del noema electrónico, que eventualmente se pueden intuir desde el duelo, la pérdida, la fractura, en general en unas suertes de re-encuentros con esas ausencias que suele Ruíz llenar o vaciar, ya sea en lo escultórico, lo sonoro, lo táctil y lo puramente visual.
En sus palabras: “roer la voz y su enunciado es persistir en el sonido del lenguaje. Es el vacío de la voz que se esfumó y queda su eco ficcional, matérico y sin contra molde. Un ronquido en la fracción de dentadura que ya no se enuncia.
El aire que la recorre se llena de pregnante y sintética luz blanca. Se funden con el ojo y se desborda de su forma, su radiografía se convierte en una grafía eléctrica que distorsiona aquello hecho para ser cubierto y reemplazado, la dermis tecnológica se funde con la ilusión de su percepción.”
Prósthesis se encarna en varios receptáculos que se despliegan en el espacio de manera sintética y discreta desde el lenguaje de la imagen electrónica y digital, pero también desde la gestualidad suspendida en cada gesto análogo que acciona, amalgama, reanima, impacta, quiebra, compacta, lacera, vela y devela. Tal vez, la lista de verbos en este caso pueda ser aún más amplia, pero es labor de quienes interactúan con estos organismos, amplificar ese cúmulo de sensaciones condensadas en cada una de estas protésicas pantallas, erráticas robóticas, ópticas lenticulares sobrepuestas que amplifican y distorsionan, de células de la retícula electrónica vistas casi de manera radiográfica, de esqueletos y estructuras protofotográficas, televisivas y videográficas que de manera frankeinsteniana, toman vida al juntar esos cuerpos disímiles.
“¡Larga vida a la nueva carne!”, como versaría el manifiesto final de la película Videodromo (1983) de Cronenberg, donde estos los seres humanos se destruyen a favor de una existencia sin carne. Estas carnes ahora son tecnológicas, virtuales, posthumanas.
Sandra Rengifo.
2023
Madrastra
Perhaps Valentina Ruíz’s work—particularly her installations—embodies a convergence of all the above definitions as delineated by the Royal Spanish Academy. When engaging not only with this specific project but also with previous works concerning her relationship with plastic materiality, found objects, assemblage, and the moving image—expanded across her ‘bodies’ in multiple forms—the prosthetic complexity of her embodied structures becomes increasingly evident. It emerges as baroque once more, neo-baroque even, revealing reinterpretations of medical procedures, their replacements and supports, within the terrain of what has been lost or damaged. Her works seem preceded by such devices, leading toward new ‘organs’, additions that find expression even in the very articulation of the pieces themselves.
These device-bodies traverse fragile, industrial, organic materials, remnants of physical presence, and in certain instances, the electronic noema. They conjure, at times, the affect of mourning, loss, and fracture—forms of reunion with absences that Ruíz tends either to fill or to empty across sculptural, sonic, tactile, and purely visual dimensions.
In her words:
"To gnaw at the voice and its utterance is to persist in the sound of language. It is the void of a voice that vanished, leaving behind its fictional echo—material, unmolded. A groan in the fractured denture that no longer speaks.
The air that courses through it fills with a pregnant, synthetic white light. It merges with the eye and overflows its form; its radiography becomes an electric script that distorts what was designed to be covered and replaced. The technological dermis fuses with the illusion of its perception."
Prósthesis takes shape in multiple receptacles that unfold throughout the space in both synthetic and discreet manners, guided by the language of electronic and digital imagery, and by the suspended gestures in each analog action—gestures that trigger, amalgamate, reanimate, impact, fracture, compact, lacerate, veil, and unveil. This list of verbs could certainly be extended further, yet it is the task of those who interact with these organisms to amplify the dense constellation of sensations embedded in each prosthetic screen—erratic robotic forms, superimposed lenticular optics that amplify and distort, electronic mesh cells rendered almost radiographically, skeletal proto-photographic, televisual and videographic structures that, in a Frankensteinian gesture, come to life through the assemblage of dissimilar bodies.
"Long live the new flesh!", declares the final manifesto of Cronenberg’s Videodrome (1983), where human beings dissolve themselves in pursuit of a fleshless existence. These new fleshes are technological, virtual, posthuman.
Sandra Rengifo
2023
Madrastra space











